miércoles, 18 de junio de 2014

El muro (micro)

Cae la lluvia de forma persistente, una lluvia débil y afilada, como suele llover en este jardín infecundo y solitario, construido hace más de cien años a dos kilómetros de la ciudad. Sin embargo, tras los muros que lo rodean luce un sol radiante. Su luz marca el camino de los emprendedores, el comienzo de una nueva jornada, el descanso de la comida o la hora de regresar a casa. Algunas tardes oigo voces de niños que juegan junto a la fastuosa puerta de la entrada; y cuando muere el día, el susurro de los amantes que se acercan a hurtadillas buscando cobijo en la sombra de los cipreses. Hasta puedo escuchar el lejano bramido del mar, estrellándose contra las rocas del acantilado, en las noches de luna llena. Pero en el Jardín siempre es invierno, las flores se marchitan a diario, la música es el sonido del viento y las nubes lloran a los muertos tras gruesos muros hormigón. Mañana llegan nuevos inquilinos. Y quizá, solo quizá, alguien ocupe mi lugar.

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